Muy pocas veces en el cine mexicano se llegan a explorar historias pequeñas con tanto éxito como lo hace Diego Luna con esta cinta acerca de un niño con problemas mentales que a la ausencia de un padre en su familia, adopta la figura paterna; lo que empieza uniendo a la familia, pero termina haciéndole más daño.

Abel es interpretado por el debutante Christopher Ruiz-Esparza, que lo hace de una manera tan natural que nos hace sentirnos conectados con él, y en realidad creemos en su autoridad como padre ante su hermana adolescente y su pequeño hermano que le tiene miedo. Todo viene de manera inocente hasta que empieza a tomarse más en serio su papel como esposo de su madre interpretada por Karina Gidi, quien nos regala una gran actuación, nunca fría, sino siempre entregada a sus hijos, a Abel.

La historia se desarrolla en Aguascalientes en la casa de Abel en un fraccionamiento abandonado, en donde los problemas económicos abundan y la presión aumenta cuando el papá de Abel regresa con dobles intenciones, interpretado por José María Yáspik, quien rompe la frágil estabilidad creada por Abel, cuestionando la estabilidad moral de los personajes, quienes no se sabe si buscan que Abel tenga paz, o ellos tener calma en sus vidas.

El mayor problema de la cinta es que la sosa conclusión del relato queda corta a una gran introducción de personajes, en la cual el personaje de Abel no pronuncia una sola palabra hasta el minuto 17 en un cómico inicio de la odisea familiar, sino que en vez de desarrollar más la enfermedad de Abel, se resuelve con simpleza sin clímax que afecte realmente la vida de la familia.

La historia minimalista contada a través del punto de vista de Abel, se ve apoyada por una gran fotografía por Patrick Murguía, que tiene sus mejores momentos al principio de la cinta y el las tomas a los rostros de los protagonistas de este drama vendido como comedia.

CALIFICACIÓN:

6.5